lunes, 11 de junio de 2012

Visión sin euros.

Puesto que ha quedado atrás la edición de este año de Eurovisión, permítanme unas palabras. No habrá elogios, que provengo del rock. En mi mundo, los festivales musicales no deberían ser una competición de cien metros lisos, sino una muestra en la cual sería tan primario como maleducado ponerse a señalar una u otra obra como mejor (o favorita del público) a través de evaluaciones más que dudosas. De los intérpretes no diré nada, porque nos une un mínimo de respeto profesional. De los decoradores, coreógrafos y diseñadores de vestuario sólo señalaré que hicieron su trabajo de mal gusto con la misma abnegación con que intentan hacer desaparecer de la memoria humana nombres como Pertegaz o Balenciaga, a los que deben odiar profundamente por la imposibilidad de igualar su genio. Tareas tales no deberían encargarse nunca a invidentes que encima desean vengarse de la humanidad por su propia falta de talento. El resultado, como siempre, fue que no por gritar más (acústica o visualmente) se canta mejor. Podemos pasar de puntillas sobre tanto crimen, pero hay un aspecto que no podemos disculpar: 10 de las 26 canciones emitidas estaban escritas por suecos. Resulta que allí hay una verdadera maquinaria para proporcionar canciones a los países que compiten. Será que mi paso por la SGAE me ha hecho sensible a la situación de nuestros compositores pero ¿el propio nombre de Eurovisión no era porque se trataba de que cada país trajera musicalmente lo mejor de cada casa? ¿Y el paro nacional? Si nos ofendieran al menos con la elegancia ensoñadora de la música italiana, tragaríamos; pero éstos todo lo resuelven con temas que responden a aquello tan anodino de «actual, moderno y pegadizo». O sea, un plomo, y además en inglés. Boicot al vikingo y que nos devuelvan el euro.

La Razón -9 junio- Sabino Méndez

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